jueves, 14 de octubre de 2010

Arturito

Nació un 25 de Diciembre, a la misma hora que Jesús, pero eso no lo hacía especial en absoluto. O por lo menos no como su bondad y su sonrisa. Se le nombró Arturito en honor al taxista que ayudó a traerlo al mundo. Arturito Pistache.

El día después de noche buena, nadie se levanta temprano más que los niños que abren sus regalos, pero ningún adulto. Por esto mismo, mientras la madre de Arturito dormía él despertó muy temprano para abrir su más grande regalo: la vida. Obviamente ante tremendo agetreo dentro de su panza, la madre de Arturito despertó y salió a un paso muy lento acompañada por su marido. Ellos eran de una familia humilde y honrada y por tanto no tenían coche así que la opción era un taxi. El tiempo pasaba, 5, 10, 15 min. Y sabían que no era bueno para el bebé, la madre estaba a punto de desmayarse cuando doblando la esquina vieron un taxi viejo y achatarrado venir muy lentamente, la madre dio gracias a Dios y se desplomó. El esposo se puso en medio de la calle agitando los brazos, el taxi se paró y del coche bajó un viejo barbón, que pareciese que era él quien los buscaba y no viceversa como se creería. Entre los dos subieron a la madre al taxi, pero era demasiado tarde, el bebé ya venía, el venía a recibir su vida, así que como todo taxista capacitado y aventurero, hizo el rol de doctor en un consultorio improvisado en la parte trasera de un taxi, no fue fácil pero así nació este bebé, después llegaron al hospital y los doctores confirmaron que todo estaba bien con el bebé y su madre, cuando el padre fue a darle las gracias al taxista, éste solo se limitó a decir: “gracias a ud. señor, Arturito Pistache para servirle a usted y sobre todo a Dios”. Nunca lo volvieron a ver.

El nació bueno. Sí, bueno. Al momento de nacer Arturito provocó a su madre el menor dolor posible en el parto y lo primero que hizo fue sonreírle al mundo. Giró la cabeza tanto como pudo para ver todo a su alrededor y sólo sonreía. Es difícil distinguir una sonrisa en un niño recién salido del vientre, por lo mismo de que parecen ciruelas pasa, pero créanme, él sonreía.

De pequeño siempre se comía todo, no destruía las cosas y más importante que nada, dejaba dormir a los vecinos y a sus padres por las noches, o sea, no lloraba.

Al crecer la situación no cambió. Arturito seguía siendo bueno, estudiaba como se lo decía su madre, ayudaba a sus padres en las labores diarias, hacía diligencias sin cobrar, ayudaba a aquél que viera en necesidad y sus amigos siempre podían contar con él y su bondad. Era la personita más buena del mundo.

Esto que se narra a continuación es algo que se tiene muy escondido para evitar las envidias y los conflictos entre naciones, tribus y personas.

Cada año se hace una votación sobre quién es la persona más buena del mundo, de esto, repito, no se sabe nada, ya que los únicos votantes son los ángeles y santos allá en El Cielo. Arturito había tenido el honor, aún sin saberlo, de haber ganado esa presea desde los 3 años, cuando se dió cuenta que él, era él.

Sabemos que muchas veces las cosas pasan sin que uno tenga mucha cabida en ellas y ésta fue una de esas veces. A Arturito se le diagnosticó una rara enfermedad llamada “chachalakus terminalis”. No se sabe la naturaleza del nombre ni de la enfermedad, pero siempre que una de esas cosas tiene la osadía de terminar en “terminalis” o “terminal” significa que vas a morir más pronto que si no la tuvieras.

hey hey

gente bonita que vaga por ahí recibiendo sin buscar... he decidido volver a escribir con más periodicidad, (se que ya había dicho eso pero ahora es verdad, porque lo haré con gusto no por ocio), y también terminar las cosas que dejé inconclusas... nos estamos viendo